jueves, junio 18, 2009

BOTELLA LXVIII – LOS OJOS DE LAS QUIMERAS


Cosme Saavedra Apón

Recuerdo haber escrito algo acerca de las lámparas. Lo que reúno en mis manuscritos refieren muchas quimeras, al parecer, absurdas. Somos, enteramente, ¿hijos de la nada? ¿Hijos de la luz? ¿Hijos del caos? ¿Hijos de lo ridículo?

En medio de esta incertidumbre al hombre le conviene acortar senderos y decir: “aquí empieza mi vida y allá, supongo, terminará”; saber de donde viene y hacia donde ir, es decir, tener ojos mas que para las circunstancias. Los otros ojos que aún no descubre ni su uso ni su ubicación dentro del cuerpo pugnan en la más espesa niebla; es así que se hace necesario hablar de Lámparas, inventar esos resplandores, no solamente para el hombre, sino también para la Caravanera, para salvarnos de tropezar y caer en el abismo y quién sabe si en esos intentos de abrirlos, estrambóticos intentos, nos obedece uno solo, de esos ojos ocultos, y pasamos a ser seres superiores. Basta con que se abra una de esas ventanas secretas para que los demás sean capaces de lo mismo; cada uno elegirá la geometría del agujero de ventilación, otros pondrán una maceta en el alféizar y una hermosa persiana de seda. Entre las lámparas y los ojos que nos faltan descubrir existe una relación de las unas servirnos de luminarias mientras los otros, por lo menos, empiecen a parpadear.

Mientras avanzo a través de la caverna pesarosa de la vida y voy renovando visiones, encendiendo lámpara tras lámpara, no me complico pensando en quiénes fueron los primeros en pisar las cuevas y cuáles serían los últimos, los que saldrían de ellas, a otra forma de ocupar un lugar en el espacio. Esa larga y sistemática cadena de fémures, como la de mi genealogía familiar, es la única documentación palpable de unos viajeros desmemoriados. Los ojos a los cuales me refiero yo, son los que miran más allá del entorno, ese más allá entendido como más adentro, en la médula de lo aparente; porque hay personas que nunca han tenido problemas de cataratas y otras anomalías visuales pero, no obstante, la muerte los ha recogido extraviados, confusos, como perfectos ciegos, puesto que nunca habían visto sino lo superficial de la vida.

Aclaro, no estoy loca, vuelvo a aclarar, no tiro piedras. Soy una mujer de sesenta y ocho años, pero aún la lucidez me acompaña en estos tramos. Las lámparas tienen un propósito insólito, la vida tiene un propósito insólito, ¿cuál es? ¿La perfección? ¿La depuración?

Si sigo rebuscando en el asunto de la purificación, puede que llegue a conclusiones horribles. Por eso, mientras me mantenga en mis cabales, prefiero que la luz que no procede de nuestras Lámparas sino de las horas finales, entre convulsa en mis ojos abiertos firmemente o que me sorprenda regando mi huerta y rompa mis párpados y haga de mí un cadáver natural.

Aclaro nuevamente, no estoy loca, pero, a veces, parece que lo estoy. Si alguien pudiera leer lo que escribo, (espero que sea el capitán Amet, quien recoja mis botellas del océano, él podría entenderme)

Buscaré esos manuscritos referidos a Las Lámparas y serán mi próxima botella. A veces me pregunto: ¿servirá de algo todo esto? Ni siquiera Magali, mi hija, se hechiza leyendo mis confidencias, dice que ha nacido para ser silvestre, que los escritos raros y la filosofía antigua ennegrecen su vida. Yo perdono sus insensateces, después de todo, es mi hija. Ella, me conmueve tanto, adora su ceguera, que pasen los años a través de ella y sólo le haya visto a la vida unas cuantas boberías. Chica moderna, por eso detesto lo moderno y no es porque sea una anciana amargada que mira con malos ojos, con los ojos de las quimeras, lo que le sucede a la ciudad, cómo se va poblando de maquinas y despoblando de seres humanos. La profundidad humana, ha dejado de ser visible. Las generaciones actuales se tornan ociosas, remolonas, creen que el mundo y la totalidad humana son un producto acabado y entronan ese detestable vocablo llamado: “comodidad”, para qué; para generar más seres desamparados y neuróticos que sin un televisor o una máquina de juegos acabarían con sus vidas.

¡Modernidad! ¡Qué mierda para fabulosa!

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