martes, septiembre 18, 2012

Dolor, memoria e identidad personal



Víctor H. Palacios Cruz
Escritor y profesor de filosofía

El ángel advirtió a Lot: “escapa por tu vida, no veas tras de ti, no te detengas en la llanura, no sea que perezcas”. Sodoma, a orillas del Mar Muerto y sobre un subsuelo de azufre, sal y pozos de asfalto, iba a ser devastada a causa de su vida pecaminosa. Los yernos de Lot desoyeron su aviso, y debió él partir a prisa con su mujer y sus hijas. Dejaban la ciudad donde habían vivido tanto. Edith, su esposa, se rezagó y, oyendo a sus espaldas el estruendo y los gritos de espanto, giró y, en el acto, su figura quedó solidificada. Dispersos monolitos de sal en la región se disputan la pertenencia al infeliz cuerpo de la mujer de Lot.

¿Por qué el contemplar lo dejado atrás tuvo semejante precio, el tornar un conjunto de tejidos y afectos en un pedazo de roca? Acaso, al retrasarse, ¿Edith se expuso a una lluvia de elementos que la calcinaron? ¿Por qué tuvo que ser una mujer quien fuera alcanzada por la curiosidad, la desobediencia, la conmiseración o quizá alguna inexplorable tristeza?

En su ensayo Sobre la historia natural de la destrucción, W. G. Sebald refiere los indiscriminados bombardeos aliados que arrasaron poblaciones civiles en Alemania, en 1943, y dejaron sobrevivientes errando entre los escombros. La reconstrucción posterior “impidió de antemano todo recuerdo; mediante la productividad exigida y la creación de una nueva realidad sin historia, orientó a la población exclusivamente hacia el futuro y la obligó a callar sobre lo que había sucedido”. El milagro económico alemán proviene de este “escapar por la vida” sin mirar atrás. A menudo, para superar una tragedia –juzgan los psiquiatras– es preciso entregarse al trabajo como a una terapia urgente que no cura nada, pero permite seguir por medio de la ocupación permanente y la proyección hacia adelante. El ayer puede ser demasiado intolerable para volver el rostro sin quedar fulminado.

Kierkegaard explicaba: “la vida solo puede ser entendida mirando hacia el pasado, pero solo puede ser vivida mirando adelante, hacia lo que todavía no existe”. Para saber quiénes somos, contamos nuestra propia historia, nos comprendemos recopilando nuestros pasos. Sin embargo, en ocasiones el repaso nos confronta con lo atroz. Un ominoso pasado puede abrumarnos hasta la inmovilidad y apartarnos, por ello, de la marcha del mundo. Entonces, la subsistencia fuerza el impío pero ineludible acto de cortar un vínculo, pues de otro modo la atadura provocaría la enajenación.

Pero, ¿es realmente posible suprimir lo que vivimos y somos? Julio Ramón Ribeyro decía que “una persona incapaz de recordar es una persona incapaz de amar”. Si «recordar» (del latín re-cordis) es volver a lo impreso en lo recóndito del ser, toda evocación es una suerte de acogimiento de los sucesos, incluso una gratitud. Quien no cuida lo que tiene dentro, mal se prepara para cuidar de otra vida.

Retrato de Anna Ajmátova por Natham Altman

La poesía de la rusa Anna Ajmátova (1889-1966) es, a propósito, una vivencia de estos conflictos de la memoria. Su obra fue proscrita por el gobierno soviético y ella misma vivió durante mucho tiempo deportada. En 1921, su primer marido había muerto acusado de conspiración; poco después su hijo fue arrestado y enviado a Siberia. Su último marido pereció en un campo de concentración en 1938. Requiem (1963) es su poemario dedicado a las víctimas del régimen de Stalin, bajo el cual –dice– “los únicos que estaban en paz eran los difuntos”.

Hay unos versos desgarradores en su poema “La sentencia”: “Son muchas las cosas que aún debo hacer: / acabar de matar la memoria. / procurar que mi alma se vuelva de piedra, / y aprender de nuevo a vivir”. Una página de sus diarios habla de “ese deleite que los hombres llaman olvido”.

En una clase, leí a mis estudiantes otra pieza suya titulada “La mujer de Lot”, sobre la que luego charlamos largamente: “Y el justo seguía al enviado de Dios, / inmenso y claro, por la negra montaña.  / Pero la angustia le hablaba en voz alta a su esposa: / aún no es tarde, aún puedes mirar / las torres rojas de tu natal Sodoma, / la plaza donde cantabas en el patio, donde hilabas, / las vacías ventanas de la alta casa, / donde a tu querido esposo le pariste hijos. / Lanzó una mirada, y paralizada por un dolor mortal, / sus ojos ya no pudieron mirar más; / y se convirtió su cuerpo en sal transparente, / y sus veloces piernas se soldaron al suelo. // ¿Quién llorará a esta mujer? / ¿No parece ser la menor de las pérdidas? / Solo mi corazón no olvidará jamás / la que cambió su vida por una sola mirada”.

Un día una alumna compartió esta anécdota: “mi casa estaba por terminarse y quedaba un ambiente grande en la entrada. Mi papá quería poner allí un garaje y mi mamá, una sala”. Sencillo y elocuente resumen de las diferencias entre varón y mujer. Por lo común, él: la inquietud, la salida, la aventura; ella: la interioridad, el arraigo, la hospitalidad. En el filme La strada de Fellini (1954), una mañana la noble e ingenua Gelsomina dice a Zampanó, quien viaja en una carreta de pueblo en pueblo presentando su espectáculo circense: “he sembrado unos tomates”.

Para Ajmátova, nada cuesta tanto a una mujer como tener que desprenderse de un hijo o una casa. Ha amado hasta la adhesión absoluta y perder lo amado sería despellejarse y desfallecer. Doña Julia declara a un adolescente don Juan, en la obra de Lord Byron: “para un hombre, el amor es un episodio; para una mujer, es toda la existencia”.

La petrificación de la esposa de Lot no representa necesariamente un castigo, que por cierto el libro del Génesis nunca menciona, sino más bien una consecuencia: “Mujer, no mires atrás, el corazón te lo pedirá, pero debes saber que no podrás soportar la aflicción”. Si amar es mirar con atención, ella perdió la vida en un gesto de amor. Tal vez la escena bíblica sea, a ojos de Ajmátova, antes que la exposición de un escarmiento, una descripción del más profundo de los dolores terrenos.

sábado, agosto 25, 2012

EN NOMBRE DE LA MEMORIA



César Ángeles L.

 
La reciente columna de Victoria Guerrero, Tiempo pasado: a 20 años de la Cantuta y más de Accomarca me sugirió este comentario: 

 
Hace algunas semanas, vi la obra de teatro La ciudad y los perros, dirigida por Edgar Saba, basada en la novela homónima de Mario Vargas Llosa. Mientras transcurría la representación pensaba: qué mierda, aquí Vargas Llosa pasa por ser un escritor impecablemente democrático, cuando tiene esa gran mancha política que fue concluir, en la ‘Comisión Uchuracccay’ que presidió, que los campesinos de dicha comunidad ayacuchana, atávicos de su ‘pensamiento arcaico’ (sí, el mismo que le endilgó injustamente a Arguedas en su ensayo La utopía arcaica), mataron a los ocho periodistas y dos guías de la zona en la recordada trágica matanza de Uchuraccay (1983).

Así que, al final de la obra (lo lamento por los puristas y ortodoxos del teatro), y segundos antes de los merecidos aplausos (la obra estaba bien montada), grité: ¡‘UCHURACCAY’! 

Lo hice para dejar siquiera un átomo en el aire sobre aquello que decía de la conducta criticable del novelista, que nunca quiso ver lo evidente (y demostrado por otra comisión, tiempo después, así como por  el Octavo Tribunal Correccional de Lima en 1985): que los militares, que habían ocupado la sierra a comienzos de aquella década, instigaban a los campesinos a matar todo sujeto foráneo que se moviera por esos cerros ayacuchanos. En realidad, los militares no querían que los periodistas fueran al fondo de la verdad acerca de fosas clandestinas denunciadas en aquel entonces.

Empero, mi agitprop fugaz fue solo un grito (una suerte de Munch magenta) que resonó en la sala llena, e iba dirigido especialmente a quienes vivieron aquellos años. Ese día, había asistido un grupo de alumnos de un colegio privado de Lima. Al final, algunos de ellos se preguntaban, y a su profesora (quien fue alumna mía a inicios de los 90), qué era ‘Charajay’ (sic).

Luego, entré al camerino a saludar a los actores, y dos de ellos, de mi generación, me comentaron que los otros jóvenes actores se preguntaban al final qué era ‘Uchuraccay’. A lo que Gustavo Bueno había respondido que fue una matanza hecha por campesinos ayacuchanos contra los periodistas. Ricardo Velásquez le replicó que no fue solo así, que también hubo participación militar, etcétera, con lo que se generó un encendido debate entre estos dos actores mayores, y del que, lamentablemente, solo me enteré por el relato de otro que lo presenció.

Así que, en efecto, este tipo de asuntos no se tematiza en la escuela, ni menos aún en las escuelas de arte o teatro. La memoria de los más jóvenes se está entrenando, metódicamente, para olvidar toda esa parte de la historia sobre la guerra interna de nuestros años 80-90 que incomode o cuestione al poder. Se les entrena para repetir el fácil sambenito de que fue una guerra de ‘terroristas’ contra ‘el país’, y que aquellos fueron felizmente derrotados por ‘nuestras heroicas fuerzas armadas’, y que sino cómo estarían ‘el país’ y ‘la democracia’. Como sabemos, con Louis Althusser, la educación (y en este país, la Comisión de la Verdad y Reconciliación –CVR– y su Informe final son parte de dicha labor oficial) es un poderoso aparato ideológico del Estado, por lo cual, dejarla en manos de sus representantes es algo que, quienes creemos en una sociedad justa y democrática, no debemos hacer. Desde nuestras diferentes trincheras es siempre hora de poner los puntos y lo que haga falta sobre la íes. Sobre todo, en las varias íes de ignominia, injusticia e impunidad.

 

PD:
 

 

Lima la P
agosto 2012

 

viernes, agosto 24, 2012

Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. Prólogo de "Es la garúa"




Jorge Castillo Fan

El agua tiene sed de ser bebida
Khalil Gibran

Cuenta la historia bíblica que Dios calmó la sed del pueblo judío, durante su peregrinaje por el desierto, dándole de beber de una roca. Siglos después, Saulo de Tarso, convertido ya en apóstol cristiano, nos explicaría que aquella roca era Cristo (1 Cor. 10:4). Esta revelación es asombrosa no solo porque demuestra que la Ley era la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas (Heb. 10:1), sino porque, además, precisa que bebieron agua espiritual. Y es que Israel no solo debió atravesar un desierto literal, sino el otro —el más terrible—: el de la desnuda condición humana, tantas veces arraigada en la profundidad oscura y urticante de los médanos de la desesperanza y la desolación. El mismísimo Dios —como Cristo, pero hallado en condición de hombre— sufrió estos avatares: Elí, Elí, ¿lama sabactani? (Mat. 27:46).

Más acá en el tiempo, David, andando en condición de irredento cantaría: Mi alma tiene sed de Dios (Sal. 42:2). Y, ya entre nosotros, Georges Bataille no sería ajeno a esa revelación de la desesperanza humana y, por ello mismo, nos dice: Llamo a mi destino el desierto.

 Ese desierto existe y, en consecuencia, lo que podríamos llamar la otra sed. Y, por eso, penetrando en la aridez del alma, es que Cristo pudo ofrecerse a sí mismo como un manantial de redención: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba (Jn. 7:37). Y esa agua espiritual es la palabra viva, pues el mismo Dios es el Verbo.

Una vertiente de ese Verbo es la Poesía, como la otredad del lenguaje. Si en el día de Pentecostés la posesión del Espíritu Santo hizo que los cristianos hablasen en nuevas lenguas, el poeta —poseído por ese don estral que Dios ha ofrendado solo a los elegidos (Dn. 1:17)— puede devolvernos todos los estad(i)os de la realidad a través de ese supralenguaje que es la Poesía. Solo el prodigio de la Poesía nos permite calmar la sed: ella desciende, no como las lenguas de fuego de Pentecostés, sí como una garúa sobre el alma desierta; nos conmueve, nos asombra, vivifica nuestras raíces y nos retorna a nuestra primigenia condición humana; porque, como ha revelado José Díaz Sánchez, un palabra puede traducir los siglos; un poema, atravesar la historia.

Es la Garúa aparece ante nosotros como una ofrenda pluvial en la que se demuestra que la Poesía —líquido vital— es una maravillosa persistencia: ni silencio ni estridencia, sino suave rumor de agua que se desliza humilde y esplendente. Porque la poesía de José Lalupú nos hace levantar el alma y la mirada a la altura de todo aquello que está más allá de la satisfacción de los imperativos de orden material; descorre el velo para descubrirnos otros paisajes, para demostrarnos que el hombre no es solo esa cinérea envoltura que se empecina en adquirir brillo —y aún a despecho de su finitud—, sino el eterno depositario de las más altas emociones. Estos versos no son más que el mismo mirar y el mismo sentir del poeta descendiendo sobre nosotros verbalmente, húmedamente enternecido, y como susurrándonos: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.

jueves, agosto 23, 2012

ES LA GARÚA. LIBRO DE HAIKUS DE JOSÉ LALUPÚ

Portada del libro


José Lalupú acaba de presentar la reedición de su libro Haikus (Hesperya; Oviedo, 2008), pero esta vez bajo el nombre de Es la garúa. La editorial América es la encargada de la impresión de esta nueva entrega. En este libro se reafirma el trabajo literario de Lalupú, que aporta nuevos haikus y las ilustraciones de las páginas.

Cito las palabras de Hector Gómez, que prologa la primera edición: Es un libro que merece una lectura lenta y proporciona un disfrute intenso y delicado a quien sabe apreciar esta unión de exactitud en el sentido y música en la palabra.

Aquí cuatro haikus:





Del mar, la línea,
solo un barco la corta.
¿Regresarás?
 

 

Luna blanquísima,
¿qué le has dicho al desierto
que se ha callado?



 
  
DERROTA DE ARTURO
 
La reina lo ama.
Se refleja en la espada
que me atraviesa.
 
 
 
  

El arco iris,
ave multicolor,
que se me escapa.

 

martes, agosto 21, 2012

HOMENAJE A CARLOS ESPINOZA LEÓN

Portada del libro

Carlos Espinoza León es uno de los escritores piuranos que con más talento, cariño y perseverancia ha descrito en sus obras el paisaje, las costumbres, vivencias y sueños de los pobladores de nuestra tierra.

Por ello, este martes 21 de agosto, los alumnos de la Universidad Nacional de Piura le rendirán un justo homenaje que incluye un conversatorio sobre su vida y obra, y la edición de una antología conmemorativa que contiene lo mejor de su narrativa breve, así como una semblanza de los momentos más importantes de su vida. El evento se llevará a cabo en el Auditorio Central de la Universidad, a horas 6:00 pm.

Toda una trayectoria vital (acaba de cumplir 71 años) dedicada a las letras y más de una docena de títulos publicados, así como el prestigio y la fama de la que goza entre los lectores más pequeños son motivos de sobra para este homenaje.

La antología titulada Carlos Espinoza León, toda una vida se presentará en edición de lujo e incluye fotografías inéditas del autor, que constituyen un repaso de los momentos más importantes de su infancia, adolescencia y juventud, y estará a cargo del sello editorial Lengash. El volumen incluye textos de los libros Cuentos de Piura, Páramo rojo, Leyendas piuranas, El canto del chilalo, El Pitingo, Bandoleros y Chililiques cedidos por el autor para esta edición.

Este proyecto, llevado a cabo por alumnos y dirigido por el profesor y escritor José Lalupú, es el primero de una serie de homenajes que busca conocer y difundir la creación literaria de los escritores de nuestra región, representados para esta ocasión por el escritor Carlos Espinoza León. 

En el proyecto participaron activamente los alumnos de la Universidad Nacional de Piura quienes se encargaron de la investigación, estudio crítico y posterior edición del material recopilado, bajo la dirección de los docentes responsables.

La Universidad invita a los muchos amigos y lectores de Carlos Espinoza León a asistir a este homenaje.


Bio/biblio

Carlos Espinoza León nació en Chulucanas en 1941. Es bachiller profesional en Administración.

Se ha hecho acreedor de los siguientes premios y distinciones: primer puesto en los “III Juegos Florales Universitarios”,  Universidad de Piura (1972); segundo puesto en el Concurso Regional de Cuentos convocado por el  SINAMOS (1973); segundo puesto en el concurso “Antología del Cuento Piurano” organizado por PETROPERÚ (1980); primer puesto en el Concurso Regional de Cuento convocado por el INC - Piura (1981).

En el “Concurso Regional de Cuentos y Leyendas” organizado anualmente por Radio Cutivalú ha obtenido en 1991 segundo y tercer puesto en cuento; en 1991, mención honrosa en leyenda; y en 1996, el segundo puesto en cuento.El año 2009 obtuvo una mención honrosa en el Concurso Nacional de Educación Horacio en el área de cuento.

Ha publicado las novelas: Froilán Alama el bandolero (1975) y El cacique blanco (1985); además de los libros de cuentos: Cuentos de Piura (1981),  Páramo rojo (1991), Leyendas piuranas (1992), El canto del chilalo (1994), El Pitingo (2006), Clos y la rebelión de las soñas (2008), Bandoleros (2011) y Chililiques (2011).

jueves, julio 05, 2012

POST PARTIDO URUGUAY - PERÚ, JUNIO 2012

Paolo Guerrero

César Ángeles L.

Sobre el fútbol, solo unas palabras al paso y no muy optimistas, en vista de que tantos tienen que decir ahora. Me sumo. Tengo una simple teoría. Creo que si los que van a equipos como la Selección Peruana tuvieran más de ese espíritu amateur como el sostenido en este mes de junio, otra sería la historia. Con espíritu amateur me refiero a que lo que importa es sacar adelante un buen resultado, dejar la piel en la cancha (como repite Chemo del Solar, un jugador de este tipo), no retroceder nunca ni rendirse jamás. Este espíritu amateur mata y, para decirlo a la manera de Walter Benjamín (que, como es sabido, del fútbol peruano no sabía nada, y quizá por eso fue feliz a su manera), porta cierta aura, en esta época en que todo es mercancía, o peor aún todo se pasa bajo la forma de múltiples fetiches. La cosificación es la voz. El corazón también se cosifica, tose, se atora. En cambio, el aura es mantener cierto romanticismo, en los pies, jugar como alguna vez se jugó en esta historia, con entrega, sin pensar en la billetera, o al menos sin pensarla como lo único y principal. El aura en el fútbol tiene eso. Le da un tono de épica colectiva y popular a los equipos y sus jugadores.

Pienso que algunos aún portan y expresan algo de eso. De ahí que un jugador como el uruguayo Diego Forlán (fue bueno volverlo a ver en acción, más allá de que estuviera en el equipo rival), por ejemplo, que luchó contra toda tempestad europea en el último mundial, y que puso en práctica lo que vengo diciendo sobre la cancha, fue símbolo genial del futbolista latinoamericano, aquel que no cesa y se sobrepone a las dificultades históricas, deportivas y de todo tipo. Y, como decía César Vallejo, todo acto o voz genial viene del pueblo y va hacia él. Un jugador así llora con corazón valiente ante cada derrota trascendental, no juega por jugar ni por cumplir. Por eso, todos nos alegramos tanto cuando, a pesar de que su selección no pasara a la final, obtuvo el premio como mejor jugador de aquel torneo: justo reconocimiento (por eso, grande Diego Penny que le atajó aquel penal en aquel encuentro).

Creo que cuando llegó el director técnico Markarián a esta selección, y logró ese emocionante y sorprendente tercer puesto en la última Copa América, hubo algo de eso. Apostó por jugadores que no eran precisamente grandes estrellas. De ahí que los consagrados internacionalmente como Paolo Guerrero y Juan ‘Loco’ Vargas (¿adónde se le fue la ‘locura’ creativa, se deslizó hacia una ‘locura’ intrascendente?) fungieran de líderes, y se sintiera viva una suerte de retroalimentación dentro de un espíritu sanamente amateur en el conjunto de la selección, del último ciclo futbolístico peruano.  De ahí que esa campaña tuvo olor de multitudes; expresó, como nunca, un sentimiento colectivo, tuvo una camiseta transpirada por (casi) todos. Digo esto aun sabiendo que, alrededor de estas percepciones y realidades, existieron y existen periodistas coimeros y oportunistas, dirigentes autoritarios y corruptos, y en general una serie de lacras provenientes de la industria del fútbol en la era del capitalismo multinacional. En fin, se trata de una Selección Peruana en un país gobernado por autoridades que se dedican a sembrar cualquier cosa menos peruanidad ni autenticidad.

Considero también que esta selección y este entrenador tienen una línea demarcatoria: antes de Claudio Pizarro, y después de él. (Hasta suena a metáfora histórica postcolonial). No tengo ninguna prueba concreta, así que apelo solamente a mi sana intuición poética y deportiva. Considero que Claudio Pizarro, más allá de su persona (porque no lo conozco ni en pintura de perros), y más allá de sus triunfos en el futbol alemán (no le fue bien en otras ligas europeas), simboliza una suerte de aburguesamiento del deporte, al menos en este territorio llamado Perú. Es decir, apenas baja del avión, o peor, apenas se le convoca, los demás futbolistas de la selección, pienso que casi por ósmosis, se contagian de un espíritu fantasmal, propio de esta burguesía futbolera, e imagino que empiezan a pensar en todo menos en el fútbol de carne y hueso. Por ejemplo, piensan en viajes a Europa, piensan en la billetera, en su pellejo, en los caballos, en el Jockey Club, en la ropa, la moda, la foto en primera plana, la sociedad del espectáculo, etcétera. Creo que, en general, la burguesía corroe como ácido, sobre todo en el Perú, cualquier proyecto popular, aguerrido y democrático. Nuestra burguesía tiene un espíritu de casta, heredado desde la colonia. No quiero extenderme mucho. Tampoco quiero hacer las fáciles asociaciones del tipo: ‘Pizarro’ suena a conquistador español-occidental; guerrero suena a ‘vamos todos adelante’, y Farfán suena a ‘voy con quien vaya ganando’. Así podríamos seguir hasta el infinito en libres asociaciones. Pero detengámonos acá.

Si mi simple y única hipótesis es correcta, lo poco bueno que se ha visto de estos dos últimos partidos de la selección peruana de fútbol corresponde, justamente, a tratar de volver a jugar con el coraje y organización colectiva interna que mostró, a pesar de sus falencias y fragilidades (o quizá por eso mismo, por su mortal humanidad) y de su carencia de estrellas rutilantes, en la última Copa América. Si eso se recupera, y si eso se desarrollase, creo que se avanzaría mucho y se podrían conseguir otros buenos resultados deportivos. Markarián, para dicho proceso, se basó enjugadores de la cantera local, dio oportunidades a jugadores que nunca las tuvieron de esa manera y magnitud. Consideró el escenario nacional, y supo potenciarlo, darle fe, mística, otorgarle un norte más o menos común. Hasta ‘mago ’lo llamaron. Lo malo es que, por alguna razón (quizá vinculada a su ineludible, y paradójica,  atadura a cierto concepto tradicional de futbolista exitoso), Markarián también se ha creído el cuento de que Pizarro es la máxima estrella del fútbol peruano, y que es algo como su capitán natural. Pizarro, y repito, no es nada personal, es estrella de sí mismo. Eso no es bueno ni malo. Simplemente es. Es su opción. Nunca lo va a decir porque tampoco es tonto. Eso no vende, además. Pero si el fútbol peruano quiere sacudirse de su desgracia crónica, me parece que, por ahora, debe cortar con ese vínculo y esa ideología. No es mucho, es solo un gesto, pero en un simple gesto cuántos cambios pueden estar contenidos como mensajes subliminales. O el Show Business, o el deporte a cabalidad (y en minúscula, además: minúscula minimalista, valga la redundancia de hormiga obrera).


Selección ideal

Estos jugadores deben imbuirse de aquello que tuvieron en la Copa América. Y deben dejar de lado el aburguesamiento. Deben dejar de lado a quienes lo representan de un modo u otro. Por lástima, no creo que Markarián vaya tan lejos en sus criterios, y más bien seguirá pensando, igual que otros entrenadores que han pasado y muerto simbólicamente por aquí, que Pizarro debe ser convocado y ser el capitán nato. Y eso le hará cometer muchos más errores, hasta el cercano día del juicio final.

Por cierto, no considero que convocar o no a un jugador –que, además, se ha probado que no aporta nada útil al equipo– sea toda la solución. No seamos ingenuos. Hay muchas más cosas detrás. Pero creo que ese es un punto de quiebre importante. Lo demás se verá luego. En general, la ideología burguesa, en este país al menos, boicotea todo esfuerzo colectivo. Y aquel aura de hacer las cosas por las ganas y el gusto–literalmente hablando– de hacerlas bien se diluye en medio del mercado de baratijas, mercancías y fetiches. Es decir, todo se convierte en pasto de la usura: los valores, los ideales, los sueños colectivos más secretos, los mitos, todo se deja de lado a cambio de nada. Y esa nada, tarde o temprano, se apodera del corazón y la mirada de nuestros deportistas. ¿Es tan difícil ver eso, y hacer algo al respecto?
Es solo una palabra de alguien que se mantiene lejos del mundo de la industria del espectáculo y de la industria del deporte, que quizá en el fondo (del foso) sean lo mismo. Solo que da lástima ajena ver ciertos esfuerzos de algunos deportistas, conducidos al barranco sin nadie que les dé respuestas o, al menos, como aquí y  ahora, un intento de respuestas. Si Markarián creyese menos en Dios que en la realidad concreta quizá haría lo que aquí se le sugiere. Pero, sinceramente, pienso que eso no va a  ocurrir. Así que esta vez tampoco iremos al Mundial, y habrá jugadores que individualistamente seguirán ganando, cual ganado exitoso y bien alimentado por el poder, mucho dinero en sus clubes europeos; y otros que seguirán ganando no tan poco dinero (en comparación con las mayorías trabajadoras) en sus clubes locales.

Si Dios está en el corazón de todos los peruanos, ¿en el corazón de quién estamos los peruanos? Dios ponga cabe a nuestras lágrimas. (DJ invitado: Luis Hernández).

sábado, junio 30, 2012

Nota de redacción



Reynaldo Cruz

Lo único seguro es que tenemos un pasado. No voy a mentirte, no busco salvarme. Se acabó el miedo acumulado durante años y las noches de encierro para gestar fábulas.
Todos han comunicado la noticia, algunos lo han hecho de mala gana, sin duda, han perdido la careta en el peor momento. Él está maquinando una salida, estoy convencido de eso. La mentira repetida mil veces se convierte en verdad, pero la verdad no puede ocultarse mil veces.
Solo tenemos el pasado; el presente es efímero, es pasado prematuro, ¿y el futuro? El futuro no existe. Conoces estas manos, y ellas conocen la suavidad de tu ser, y tú dirás ¿Por qué me hablas de tus manos? Te hablo de estos diez dedos, del tablero qwerty, de las novelas que deje inconclusas. Ellos son parte de esta la historia.
Quiero abrazarte como no lo he hecho desde lunas menguantes atrás, quiero comprarte un vestido nuevo, salir a cenar, pedir vino y mesa para dos. Decirte que me perdones, aunque sigas convencida que sólo se perdona dos veces el mismo error. Toma mi mano, vamos a danzar,  a mirar la ciudad desde la terraza, luego compartiremos nuestra piel. Ninguna llamada interrumpirá nuestro rito, es una promesa. No preguntes nada, una verdad es peligrosa si la comparten más de dos. 
El dinero, al igual que el amor, se acaba cuando más se necesita. Soportaste meses, pero el año fue el grito de Eva en tus entrañas. Te escuché decir algo de la madurez, de los sueños vanos, de ponerme a trabajar en serio. Cuando tus pasos se descolgaron de la puerta, le dije adiós al premio Rulfo y otras pretensiones de escritor.
La costumbre es la peor enemiga, te extrañé como mierda, el dolor fue más hondo con la cerveza, pero como no hay animal que muera de amor, me consolé con los aromas de burdel, las citas inesperadas, los trabajos a tiempo parcial y bajo presión. Meses después una llamada me dio una dirección y un consejo reserva total.
Mira la plaza, todo ha cambiado esta noche. Míralos como son felices, como gritan en las calles, como celebran después de una década. La muchedumbre en las avenidas, esa algarabía desbordante me da nostalgia, como cuando volviste, sin preguntas, ese fue el pacto tácito entre los dos. El acuerdo fue cumplido, aunque debo confesar que en ocasiones quise interrogarte como un fiscal ante la presunción de un crimen.
En aquellos días, el trabajo era en casa y el dinero llegaba la fecha indicada, en un sobre sin destinatario ni emisor, nunca preguntaste nada, pero ya ves estos dedos y esos libros de ficciones fueron de utilidad, al igual de la imaginación, aquella cualidad que según tú era propia de los niños.
En esta historia no importa los derechos de autor, ni los personajes secundarios, la versión oficial lo prevé de esa forma. Él está desesperado, es una hiena moribunda, ahora esta ordenando desaparecer testigos. Un testigo siempre es incomodo, más aún si fue parte de la organización.
¿Quieres conocer la historia? La historia real, no aquella que se publica en los diarios. La primera fábula fue la de Fátima, Guadalupe y Asunción. Un hecho insólito pero verosímil, como toda buena historia digna de ser contada. Los técnicos se encargaron de hacer las adaptaciones correspondientes, luego entré a tallar con unas fotografías y un texto convincente para las salas de redacción. Lo siguiente fue obra y gracia de la fe.
Bendita religión, que no permite cuestionamientos. La historia de las vírgenes que lloraban sangre nos dio aliento un par de meses. El informe en los telediarios de los milagros inesperados, las filas interminables de fieles con sus rezos; finalizaba con un primer plano del señor presidente invocando a la reflexión y el perdón.
No todos lo recuerdan, pero en esos días, un edicto presidencial otorgaba la amnistía a un grupo paramilitar y al verdadero poder sobre el poder. Ese poder que ahora se extingue como la nada. No voy negarlo, yo escribí esas historias para los diarios, yo soy parte de la organización. No me excuso, pero el amor sin dinero, es como la casa sin ti.
Cuando sucedió tu segunda partida, el presentimiento que lo nuestro no volvería a ocurrir me devoró el alma. Aquel mes, el presidente candidato ganaba la tercera elección, los adversarios habían sido demolidos en los diarios. Yo volvería a casa en unos días, cuando todo se calmara. Todo parecía ideal, pero nuestro jefe ebrio de poder, aparecía sin vergüenza desafiando a los perdedores y restando protagonismo al señor presidente. El país era un enjambre de rumores de fraude, nuestra organización perdía su sitio privilegiado en el régimen.
Tres semanas atrás, llegó el sobre a casa, con tu fotografía y  un pequeño texto: “Se acabaron las historias”. En ese instante comprendí que pude escribir historias para el país, pero tú escribiste mi historia, la esbozaste junto a él, o ¿fue él quien escribió nuestra historia según su parecer? Sabes, un país puede elegir a su dictador y sobrevivir una década, pero un escritor no puede sobrevivir una década enredado en sus mentiras.
Mira mis manos, ellas son las culpables de la verdad divulgada esta noche. Nadie lo sabrá, eso no me importa. Ahora quiero verte a los ojos, escuchar tu versión, la historia que inventaste alrededor de mí. Quiero estar seguro que fuiste mi mujer, miénteme, si es preciso.
Miénteme como la primera vez, aún sabiendo que será la última. El final de nuestra historia está escrito. La crónica de madrugada está en el escritorio, no hay marcha atrás. Mira la luz, este es el lugar, el camión ya se aproxima, unos segundos y la noticia de un accidente ocupará el espacio destinado para la renuncia del señor presidente.
Te equivocas, las historias nunca se acaban, necesitamos de ellas para sentir que somos inmortales. Te equivocas las historias no se terminan, ni con tu muerte se terminan.

viernes, junio 29, 2012

JOSÉ LALUPÚ: BANDOLERO RETIRAU: LA RICA CHICHA




Reflexiones desde el otro lado




Una de las buenas cosas de la vida es que ciertas veces te da la oportunidad de ver las dos caras de la moneda. Yo soy hombre afortunado, como diría Solón, y sé lo que es tener hambre en el estómago y que te cierren todas las puertas cuando buscas un trabajo.

Recuerdo que estaba en Lima y tenía 28 años y por mi pobreza no podía pagar las mensualidades de mi carrera universitaria, tenía siete ciclos cursados pero no era un profesional con título y todas esas señas que exige el mundo de hoy para demostrar que eres alguien digno y que te pueden dar un trabajo con que pagar una habitación donde poner tus pocos libros y tu cuerpo hecho polvo. No, nadie me daba un maldito trabajo, por más entrevistas a las que asistía, pero lo que más me cabreó de aquellos días era que un gerente de tienda por departamentos no confiara en mí y que no me diera un trabajo como vendedor de electrodomésticos. Eso sí me jodió, yo era un mierda, un nadie, en una ciudad a la que a nadie le interesaba.

Se me acababan mis ahorros, comía pan y tomaba refresco Kanu, y bueno pues, le tuve que dar al taxi, cómo le di al taxi, manejaba horas de horas en ese tráfico horroroso de Lima, aguantaba el sol del verano y no podía ir a la playa, a tomar una Fanta con un triple de palta, tomate y huevo, no podía sentarme ahí en la arena caliente a leer un libro o besar a una chica guapa. Era pobre, jodidamente pobre y con mucha hambre. Solo manejaba ese maldito taxi y a darle y a darle al volante, y aguantar a pasajeros quisquillosos que no hacían más que hincharme las pelotas, yo era el chico del volante al que cualquiera insultaba o basureara.

Esas experiencias te marcan; si es que antes no te vuelven un resentido social; el punto es que la vida da vueltas, muchas vueltas, y un buen día después de aguantar y aguantar una universidad nacional, con todas sus huelgas y con la cojudez de la gente más joven qué tú que te dice con una voz de superioridad: qué haces aquí, y yo me hacía el huevón y aguantaba y aguantaba. Ahora mismo, que cuento esta historia sé que debo aguantar y aguantar, pero saben algo, soy un hombre afortunado; me lo dice las heridas de mi mano derecha, me lo dice los besos de mi esposa, me lo dice los gorgoteos de mi hija; soy un hombre afortunado, soy un hombre afortunado.

El San Pedrito de mi vida



Ricardo Ayllón

 Oriunda, nostálgica y chimbotana a rabiar, la única preocupación indudable que mi amiga Eva Velásquez padece la primera mitad del año en esta Lima ajena a sus afanes nativos, es descontarle al almanaque los días que restan para la fiesta de San Pedrito. Con el arribo de la fecha, volará al puerto para fundirse con el alma de las muchedumbres, pues es cumpleaños del santo patrón de los pescadores y ella no es quién para fallarle.

Mientras tanto, yo muero de envidia porque quisiera desbordar la misma pasión que Eva hacia el santo, mas de niño no fui hijo de pescador, ni siquiera de estibador; fui el heredero nato de un siderúrgico, de hombre de hierro, hierro que no flota, que se hunde, que se oxida y se corre del mar. Mi San Pedrito es uno que no sé cómo ubicar en el tiempo porque no guardo casi nada de él bajo la piel de la memoria.

San Pedrito, un tipo con quien nunca hice buenas migas, y si sabía algo de él era a través de los amigos, porque los amigos nos rellenan los agujeros vergonzantes de la memoria, ayudan a erigir la vida que nos hace falta y que un día nos salvará, por ejemplo en instantes como este en que quiero rescatar al San Pedrito de mi infancia y con las justas lo consigo.

Una vez lo descubrí exhibiéndose en el viejo portón de la iglesia que tiene su nombre, en Chimbote, y su imagen fue decepcionante: un pescador con capa roja y bordados de oro, y en la testa, aquel horrible sombrerito de paja que desentonaba totalmente. ¡Huachafísimo el San Pedrito! Huí de él avergonzado, con esa insensatez que uno pasea de niño desde que se levanta hasta la hora en que se va a dormir.

Lo único bueno de San Pedrito eran los juegos mecánicos que llegaban a Chimbote y se levantaban en la agreste prolongación de la esplendorosa avenida Pardo, los tiovivos, la rueda Chicago, las sillas voladoras y aquellos espectáculos insólitos y trucados que peregrinaban por los pueblos del Perú: la mujer rubia que se convertía en gorila, el hombre que tenía la cabeza sobre un pedestal y más allá el cuerpo embovedado en una caja de madera, el circo de barrio, los títeres toreros anunciados por altoparlantes desde la media tarde.

Pero también recuerdo a San Pedrito por los desfiles escolares de la Plaza de Armas, había que marchar por San Pedrito, ganar el gallardete que todos los años ponía en juego la municipalidad. Desfilé dos años integrando la banda de guerra del colegio Inmaculada, agarré tarola y me enamoré de una panderetera a quien jamás le declaré mi amor, vi a mis compañeros destrozar cueros de tambores y desportillar boquillas de cornetas en su desesperación de integrar la banda, tomarse en serio aquello de ganar para el colegio el gallardete de la municipalidad... y todo por el San Pedrito, ese hombrecito de yeso estoico, capucha roja y sombrero huachafísimo.

Luego ya no lo recuerdo sino hasta mi año de cachimbo universitario, cuando retorné a Chimbote aprovechando que sus dos días de fiesta se juntaban con sábado y domingo. Ese año le di la espalda al San Pedrito de Chimbote y me fui a festejarle a uno más pequeño, al de la caleta Los Chimus. Me llevó para allá mi viejo amigo Memo Huamanchumo, genuino pescador peruano, heredero de una vieja casta originaria de los legendarios huanchaqueros que pescaron en caballito de totora... ¡todo un honor! Hasta me hice fotos con el San Pedrito de Los Chimus, auténtico caletero, similar al chimbotano pero con acervo y abolengo.

Me perdí cuatro días en la fiesta de Los Chimus delirando de felicidad, bebiendo chicha colorada, comiendo cebiche de caballa, fascinado por unas chinas piedescalzo que parecían salidas del mar y bailando viejas cumbias ribereñas al ritmo de dos orquestas “chancalatas” traídas de Casma y San Jacinto... hasta que recobré el conocimiento cuando distinguí a mi viejita apareciendo entre la bruma, acompañada de los policías que habían consignado un día antes la noticia de mi desaparición...

Pero eso no es festejar a San Pedrito, entiendo que hay que cargarle el anda, tributar a su investidura de santo mayor, apretujarse en esas lanchas que salen los 29 de junio por la mañana para pasearlo en la bahía, asistir a su misa que debe ser masiva y a la que nunca me atreví a asomarme.

¿Cómo reconciliarme con mi San Pedrito? Este chimbotano desvergonzado que habita en mí se desmorona a veces en instantes de debilidad, como ahora en que me asalta el remordimiento y me obliga a anclar una vez más en el corazón de Chimbote con estas líneas que navegan en la peligrosa brisa del recogimiento y la melancolía.

El carácter mágico de la inspiración


Dibujo de Fernando Vicente

Josué Aguirre

Hace tiempo solía ligar el significado de la inspiración al de la motivación. Proponía que un artista bien motivado por todos sus frentes sería un sujeto eternamente productivo. Sin embargo, he ido cambiando de opinión hasta el punto que puedo llegar a contradecirme.
Voy a poner un ejemplo de la vida real. Un día a fines de 2009 me puse a revisar las buenas críticas que recibieron mis libros. Por la tarde, una chica completamente desconocida me reconoció en la calle porque había leído una de mis obras y me pidió que me tome una foto con ella. Un tiempo después tuve una presentación en un pequeño colegio donde me acerqué a algunos estudiantes que habían leído “La comedia piurana” y me acogieron como si yo fuese uno de sus héroes. La suma de todos estos sucesos me dejaron enormemente contento. Sin embargo, aquel 2009 y 2010 fue el periodo más infértil de toda mi vida.

Lo que me lleva a revisar otra cosa que vengo diciendo hace un tiempo: “Si alguien me pagase un sueldo fijo por escribir, viviría feliz el resto de mi vida”. Pero ¿Qué tan cierto resultaría esto? ¿No sería probable que después de firmar el contrato, me sienta hastiado de escribir y, eventualmente, todo se convierta en una pesadilla? He ahí el meollo del asunto. ¿Por qué una condición de motivación constante y duradera no siempre va a acompañada de un periodo de producción constante y duradera?  
Simple. La inspiración nunca es constante ni duradera, sino que se manifiesta periódicamente como chispazos y es caprichosa como ella sola. Podríamos hacer un viaje alrededor del mundo, podríamos leer todos los libros de la biblioteca del congreso de EEUU, podríamos escuchar en vivo un concierto de Mozart y aún así no tener la más mínima gana de producir arte. Y todo lo contrario: podríamos estar haciendo la cosa más normal del mundo; conducir nuestro auto al trabajo, mirar a través de la misma ventana que vemos todos los días de nuestra vida o estar sentados en el excusado y recibir un tremendo golpe de inspiración.

Entonces, nos sentiremos prestos a actuar; a perennizar esta experiencia casi sobrenatural en el medio que más cercano nos resulte. Sentimos que las cosas tienen que hacerse en ese momento, en ese chispazo de genialidad; porque si se hacen después, ya no van a quedar igual. Y es peor para quienes tomamos la iniciativa de embarcarnos en proyectos grandes como escribir todo un libro o una sinfonía o cualquier arte que requiera más de un día de trabajo: entendemos que la totalidad de la obra es la sumatoria de todos los momentos de inspiración que hemos aprovechado.
Pero ¿Qué es la inspiración en sí? Es difícil explicar racionalmente algo tan ligado al mundo de las pasiones. Sin embargo, aquí expongo mi mejor intento.  En el diccionario de la RAE, la tercera acepción del término “inspiración” es: “Efecto de sentir el escritor, el orador o el artista el singular y eficaz estímulo que le hace producir espontáneamente y como sin esfuerzo”. Me quedo con la última frase, “producir espontáneamente como sin esfuerzo”. Lo cual revela que cuando estamos “poseídos” por la inspiración, lo arduo se nos hace un juego de niños.

Pero vamos más allá. Si tomamos el verbo “inspirar”, vemos que su significado está estrechamente relacionado con la acción de respirar, de tomar aliento. Cuando estamos inspirados, nos aproximamos a la realidad de una forma completamente diferente a lo acostumbrado, y nos apoderamos de ella de una forma tan sencilla y cotidiana como nuestros pulmones inhalando el oxígeno. Se trata de un nuevo e irrepetible acercamiento, el cual se produce con certeza y sin duda. “Estoy inspirado”, decimos.

Casi podría decir que la inspiración es un momento de lucidez  en un mundo de locos. Es un instante de luz, un mirar desde el otro lado del vidrio, un movimiento horizontal sobre un camino recto, una sensibilidad que diferencia a un verdadero artista de un operario del arte*.

La inspiración es mágica. Es como un don. Uno lo tiene o no lo tiene y se ve, se percibe. Para ello basta echar una mirada a la obra de cada cual.


*Artesanos, diseñadores, comunicadores sociales, fotógrafos y otros oficios que juegan a ser artistas.

El chico que se declaraba con la mirada

Roger Santiváñez


 2


Piura, la ciudad del Deseo. Toña Cordero espera mi llamada telefónica.
Es Venus. Shocking Blue. Azul belleza putrefacta. Recuerdo.

La memoria
quema los envolventes recuerdos. Chamizo. La fuerza de Dios. Yo pienso
en tí, Toña, a esta hora del sol. Escucho el sonido múltiple y triste de
los pájaros en los jardines de al lado. Escribo y reconstruyo el mundo.
Almacenes Sol y Mundo. Canal 2 de TV. Escándalo. Un jovenzuelo que
ostentosamente se proclama poeta, ha osado atacar, vituperar a
nuestro Presidente de la ANEA. Ahora sólo tu imagen Toña, en short de
jersey verde y tus caderas de Yacila sobre el pavimento 2 de la tarde,
esquina de Santa María y calle A. Una sonrisa tuya y el polo
desmanchado. Joe Cocker. La primera vez. "Siempre hay una primera
vez". Nuestras llamadas telefónicas. Una guitarra para ti, la lluvia de
este viernes de marzo. La noche de San José.
Night of San Juan. Che Guevara en Bolivia. Mis artículos políticos en
revistas a mimeógrafo. Tus alados comentarios. Tus inocentes. Puro
lenguaje. Un diamante engastado. El Amor. Toña, esta carta para tu
silencio tuyo, de ti atravesando el silencio que rodea la Muerte. El
cadáver de mi padre. Helado. Tito's. Camino a la playa. ¡Roysito,
ya está servido!
Hay soledad en los caminos mondos, hay soledad en los vahos siderales.
O quizá mi amor me está aguardando. Toña. Dónde. ¿En el laberinto
psicodélico de estas páginas? En el horizonte del verano 71. En la
lluvia y los timbres electrizados. AMHOR.